El eucalipto arcoiris (Eucalyptus deglupta, por su nombre científico) parece un tronco que ha sufrido el ataque de algún hippie en un ataque desenfrenado de creatividad.
Pero no, es todo natural.
El tronco no tiene corteza en sí: es como un cilindro suave de madera que va cambiando de color a medida que su superficie envejece. La corteza recién expuesta es de color verde, pero al contacto con el aire va oxidándose igual que una manzana que se oscurece y ablanda, aunque de manera más artística. El verde se convierte en marrón, que acaba anaranjándose y luego se vuelve de un tono violeta o azulado y se desprende del tronco.
Iba a hacer algún comentario sobre los chicles y los eucaliptos, pero mientras buscaba si realmente las hojas del eucalipto saben como los chicles, he encontrado una planta originaria de Grecia llamada lentisco cuya resina metía la gente en la boca desde tiempos inmemoriales para pasar el rato triturándola.
Por la sensación que producía la mascarla, los griegos la llamaron «mastic» viene a significar algo como «rechinar los dientes». De ahí viene la palabra «masticar».
Aquí la resina.
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Leyendo esto no he podido evitar pensar en que la resina tiene mucho «jugo». Desde los mosquitos con sangre de dinosaurio, pasando por los primeros experimentos con electrostática hasta los neumáticos…