Una tormenta de nubes rojizas lleva soplando sin descanso desde hace más de 300 años y nadie se da cuenta, pero no hay que preocuparse: igual que el volcán más grande del sistema solar, este fenómeno no se encuentra en la Tierra.
En un alarde de originalidad sin precedentes, su descubridor recurrió a sus instintos más básicos y bautizó lo que estaba viendo a través del telescopio como la Gran Mancha Roja.
Nuestro corresponsal en Júpiter nos cuenta la historia.
Júpiter es el planeta más grande del sistema solar, con unos 140.000 kilómetros de diámetro (frente los 12.756 de nuestro planeta). Está compuesto, casi por completo, por gas (75% de hidrógeno, 24% de helio) y, de hecho, si tuviera una masa 10 o 12 veces mayor, su núcleo estaría sometido a la presión suficiente como para encenderse y convertirlo en una estrella.
Uno de los rasgos que nos puede resultar menos familiar de Júpiter es que no tiene una superficie sólida. En lugar de eso, su atmósfera va volviéndose más densa a medida que nos vamos acercando al núcleo (y hasta ahí hay un rato de camino), donde las presiones son tan altas que se especula sobre la existencia de hidrógeno metálico. En otras palabras: presiones tan altas que consiguen que un gas se comporte como un metal.
Por cierto, ¿He comentado ya que la tormenta de la que hablábamos al principio mide 20.000 km de largo por 12.000 de ancho? No, ¿Verdad?
Pero, en la Tierra las tormentas más grandes duran como mucho unos días, quizás semanas… ¿Por qué la Gran Mancha Roja lleva – al menos – 300 años activa?
Uno de los factores que hay que tener en cuenta es que la Tierra tiene una superficie sólida, por lo que una tormenta va perdiendo potencia a medida que el viento transmite la energía al suelo. En Júpiter, una bola de gas de diferentes densidades, una tormenta puede desplazarse perdiendo muy poca energía a causa del rozamiento.Otra razón, y quizás la más significativa, es el llamado efecto Coriolis.
Profundicemos.
Si la Tierra no rotara sobre su eje, además de una notable diferencia de bronceado entre sus habitantes, el aire tan sólo circularía de norte a sur. Esto es porque la temperatura se transmite de los focos calientes a los más fríos, y el aire caliente del ecuador, que recibe más radiación solar, tendería a desplazarse hacia los polos y viceversa, sin más efecto.
Básicamente.
Pero cuando entra en juego la rotación, la cosa cambia.
Como la atmósfera no está «anclada» a la superficie igual que un objeto sólido que descanse sobre ella, cuando el planeta rota hacia un lado, las capas de aire alejadas del suelo tienden a quedarse un poco rezagadas. El mismo efecto que tiene lugar cuando pasamos la mano por el agua: el líquido que se encuentra en contacto directo, o muy cerca, de la piel es capaz de igualar la velocidad que lleva la mano. Pero, en puntos más alejados, vemos que el fluido va mucho más lento. En un punto suficientemente lejano, el agua ni se ha movido.
Total, que, contando el efecto Coriolis, la atmósfera se convierte en esta locura.
(Fuente: www.astronomynotes.com)
Por si eso no fuera suficiente, el último dato a considerar, es que por algún motivo que no está del todo claro, Júpiter emite el doble de energía del que recibe del Sol. El flujo de calor proveniente del núcleo del planeta podría, en teoría, estar alimentando la tormenta desde las capas más bajas de la atmósfera.
Con todo lo dicho, tengamos en cuenta entonces dos factores:
1) Su diámetro es casi 11 veces el de la Tierra.
2) Tiene el periodo de rotación (el «día») más corto de todo el sistemas solar, tardando sólo 9,9 horas en dar una vuelta sobre su eje.
Y teniendo en cuenta que el efecto Coriolis se intensifica cuanto mayores son el radio y la velocidad de giro, no debería extrañarnos la existencia de una tormenta de 20.000 kilómetros de largo con vientos de hasta 400 km/h.
Así que pensémoslo dos veces antes de colapsar Facebook porque está lloviendo un poco.