En el artículo de hoy para La Razón hablo sobre el uso de uranio empobrecido en los aviones. Podéis acceder al artículo haciendo click sobre la siguiente imagen.
junio 2020
Como he comentado en otras ocasiones, el sistema solar está lleno de pequeños fragmentos de metal y roca llamados asteroides que dan vueltas alrededor del sol junto con los planetas y que pasan cerca de ellos con relativa frecuencia, ya que sus órbitas se cruzan de forma ocasional. Ahora bien, usar término «cerca» en esta situación es casi una licencia poética porque la inmensa mayoría de estos objetos pasan a centenares de miles o incluso millones de kilómetros de los planetas, de manera que el riesgo de colisión entre ambos es nulo.
Aun así, el sistema solar es tan descomunal que incluso estas distancias inimaginables podrían considerarse pequeñas en comparación. De hecho, los portales de noticias han cogido la mala costumbre de aprovechar esta diferencia de escalas para anunciar que un asteroide pasará «rozando» la Tierra cada vez que uno de estos objetos se acerca remotamente a nosotros. El último ejemplo tuvo lugar hace sólo un par de meses, cuando empezaron a aparecer titulares (como este, este o este) que anunciaban que un asteroide iba a «rozar» nuestro planeta el 29 de abril de 2020. En realidad, el asteroide en cuestión pasaría a 6 millones de kilómetros de nosotros lo que, usando la misma escala, equivaldría a decir que un coche que ha pasado a 500 metros«casi» te atropella.
Pero, bueno, hoy quería hablar de una de las pocas situaciones en las que se podría decir que un asteroide ha pasado «rozando» nuestro planeta sin caer en el sensacionalismo: cuando se acerca tanto a nuestro planeta que pasa a través de la atmósfera y vuelve a adentrarse en el espacio, sin llegar a caer al suelo. Eso es precisamente lo que hacen los llamados asteroides rasantes.
Me explico.
Remontémonos al año 1972. A las 20:29 del 10 de agosto, unos excursionistas que deambulaban por el Parque Nacional Grand Teton (EEUU) grabaron el siguiente vídeo:
¿Qué diablos es eso? ¿Un guerrero del espacio se iba a luchar contra Frieza?
Fantástica broma, voz cursiva, sólo llegas una generación tarde. Lo que aparece en ese vídeo es un asteroide que cruzó el cielo de punta a punta a sólo 57 kilómetros de altitud.
Espera, espera. ¿Cómo que «cruzó el cielo»? ¿Insinúas que no llegó a caer al suelo?
Efectivamente, el objeto en cuestión era uno de esos asteroides rasantes que acabo de mencionar hace un momento.
¡Pero es es imposible! ¡El roce con la atmósfera ralentiza los meteoritos y provoca que se estrellen con la Tierra! ¡Tú mismo lo has explicado en otros artículos del blog!
Vale, vale, vamos a calmarnos. Es cierto que la fricción con el aire y la diferencia de presión que existe entre la parte frontal y la trasera del meteorito mientras pasa a través de la atmósfera reducen su velocidad, pero hay que tener en cuenta que, como también comenté en este otro artículo, la densidad del aire disminuye gradualmente con la altitud. Como resultado, el aire menos denso de las capas altas de la atmósfera ejerce una oposición mucho menor al paso de los asteroides que el más denso que está cerca de la superficie.
El siguiente detalle importante que debemos considerar es que la mayor parte de los asteroides pasan cerca de la Tierra a velocidades de entre 11 y 72 kilómetros por segundo (km/s). Pero, para que el campo gravitatorio de nuestro planeta los «arrastre» y caigan hacia la superficie en forma de meteoritos, su velocidad bajar de los 11,2 km/s (la velocidad de escape terrestre, de la que hablé en esta otra entrada).
Por tanto, si un asteroide pasa cerca de la Tierra tremendamente deprisa, en el ángulo correcto y lo bastante lejos de la superficie como para que la baja densidad del aire apenas ejerza resistencia a su paso, su velocidad apenas se verá afectada mientras cruce la atmósfera y el asteroide seguirá su trayectoria original sin caer hacia el suelo, adentrándose de nuevo en el espacio. Eso sí, incluso a estas altitudes en las la densidad de la atmósfera es tan baja, los asteroides se mueven tan deprisa que las altas temperaturas provocadas por la fricción del aire los envuelven en una estela brillante de gas incandescente que los acompaña durante el camino.
Estas son las razones por las que, vistos desde la superficie de la Tierra, estos asteroides rasantes cruzan de un extremo a otro del cielo seguidos de una estela luminosa.
Ahora bien, aunque la fricción con la atmósfera a estas altitudes no afecta mucho a la velocidad de un asteroide, los puede llegar a frenar lo suficiente como para alterar su órbita original alrededor del sol.
Pongamos como ejemplo el asteroide rasante de 1972, al que se le asignó el nombre «US19720810». Se estima que el diámetro de este objeto rondaba entre los 5 y los 10 metros (en función del material del que estuviera compuesto) cuando entró en la atmósfera a unos 15 km/s, 45 veces más rápido que una bala. Durante los 100 segundos que US19720810 permaneció envuelto de aire, a una altitud de 57 kilómetros, la fricción del gas redujo su velocidad en unos 0,8 km/s y se calcula que el asteroide perdió entre la mitad y dos tercios de su masa.
Esta disminución de velocidad y el campo gravitatorio de la Tierra alteraron la órbita original del asteroide. De hecho, un estudio de 1994 incluso llegó a calcular esta nueva órbita y predijo que US19720810 volvería a pasar cerca de la Tierra entre el 30 de julio y el 16 de agosto de 1997… Pero esta hipótesis nunca se llegó a corroborar.
Predicción de la variación de la órbita de US19720810 antes y después de pasar por la atmósfera terrestre.
Vaya, qué lástima… Hubiera estado bien que el mismo asteroide hubiera vuelto a cruzar el cielo.
Cierto, voz cursiva. Pero, bueno, aunque no se pudo predecir la nueva órbita del objeto de 1972, sí que se ha logrado calcular la de otros cuerpos similares.
Por ejemplo, en 1990 se avistó otro asteroide rasante que atravesó el cielo a 41,74 km/s y unos 100 kilómetros de altitud en dirección sur-norte sobre Checoslovaquia y Polonia. Se estima que este objeto pesaba unos 44 kilos y que su interacción con el poco gas que queda a esa altitud sólo le supuso la pérdida de unos pocos gramos de su masa durante el camino. Además, su velocidad apenas se vio afecta. Lo curioso de este caso es que, como el asteroide captó desde varias posiciones, se pudo deducir su trayectoria exacta y extrapolar tanto su órbita original como la que adoptó después de su encuentra cercano con nuestro planeta.
(Fuente)
Ostras, cuánto cambió su órbita simplemente porque pasó unos segundos por nuestra atmósfera. Pero, oye, ¿por qué te ha dado por hablar de esto ahora?
Porque hace poco se publicó un curioso estudio relacionado con el conocido evento de Tunguska, una explosión tremenda que devastó un área boscosa de 2.150 kilómetros cuadrados en Siberia, en 1908.
Árboles derribados por la onda expansiva en Tunguska, 1927. (Fuente)
Los autores del estudio sugieren que el causante de la explosión fue un asteroide rasante metálico que pasó inusualmente cerca de la superficie de la Tierra. En este escenario, un mazacote de metal de unos 200 metros de diámetro habría entrado en la atmósfera con un ángulo de menos de 11º y una velocidad inferior a 25 km/s. Según sus cálculos, la gran rigidez del asteroide metálico le habría permitido sobrevivir a su paso a través de la atmósfera sin fragmentarse hasta alcanzar una altitud mínima de entre 10 y 15 kilómetros. Como resultado, la onda de choque producida por el asteroide rasante al pasar a través de las capas bajas de la atmósfera a velocidades hipersónicas habría sido lo que derribó los millones de árboles caídos en Tunguska.
¡Increíble! Pero, ¿cómo se sabe que realmente fue eso lo que ocurrió en 1908?
Es que no se sabe, voz cursiva. El único indicio del «roce» con la Tierra que existiría de este supuesto asteroide rasante metálico sería la estela de destrucción que dejó a su paso por Siberia, pero, en realidad, tanto los restos de sustancias espaciales que se han encontrado en la resina de los árboles de la zona como las nubes noctilucentes que se observaron durante los días posteriores al evento sugieren que lo más probable es que se tratara de un cometa o un asteroide rocoso que simplemente se adentró en la atmósfera y explotó a una altitud de entre 5 y 10 kilómetros.
Pero, aun así, me apetecía hablar sobre todo este asunto porque el hecho de que existan asteroides que atraviesan fugazmente la atmósfera terrestre durante su larguísimo recorrido por el espacio alrededor del sol y que, además, pasen justo a nosotros sin caernos encima, me ha parecido simplemente fascinante.