enero 2021
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Todos hemos visto alguna vez un rayo, una corriente eléctrica muy intensa que se abre paso a través del aire y lo calienta tanto y tan rápido que provoca que se expanda de manera violenta. La onda de choque que produce esta expansión repentina se propaga a través de la atmósfera a la velocidad del sonido y hace vibrar nuestros tímpanos, produciendo el ruido al que llamamos «trueno».
Pero existe otro tipo de rayos mucho menos frecuentes que tienen un color rojizo y ocurren por encima de las nubes. Estos inusuales fenómenos se llaman sprites.
Uf, esto me suena a patrocinio de una bebida carbonatada.
No, no, voz cursiva, no tiene nada que ver. Estos fenómenos se bautizaron así debido a su carácter escurridizo y a que, en algunas tradiciones europeas, un «sprite» es algo así como un «espíritu del aire».
Pero, bueno, vamos a ver qué son estos curiosos fenómenos y en qué se diferencian de los rayos corrientes.
En mi nuevo libro dedico un capítulo entero a la formación de los rayos y a cómo evitar que te caigan encima, pero, en muy resumidas cuentas, las nubes son capaces de acumular una gran carga electrostática debido a la interacción entre las partículas de hielo que contienen. Dicho de otra manera: la parte baja de las nubes acaba en una situación en la que le sobran electrones (tiene carga eléctrica negativa) y en la parte superior faltan electrones (carga positiva).
Si la carga negativa de la parte inferior de la nube aumenta lo suficiente, todos esos electrones sobrantes se precipitarán en masa al mismo tiempo hacia la superficie terrestre. Y, básicamente, eso es un rayo: un montón de electrones abriéndose paso en tromba a través del aire.
¿Y eso cómo es posible? Pensaba que la electricidad no puede pasar a través del aire porque es un medio aislante.
Y lo es en condiciones normales, voz cursiva. Sin embargo, una estampida de electrones ansiosos por llegar al suelo es capaz de crear un «camino» a través del aire por el que sí que se pueden propagar. Los electrones abren ese camino ionizando el aire con el que entran en contacto, o, lo que es lo mismo, arrancándoles algunos de sus electrones a sus moléculas de gas o «rompiéndolas» en partes más simples que también tienen carga eléctrica. Como resultado, mientras la corriente del rayo avanza hacia el suelo, va creando una vía con una alta conductividad eléctrica que permite el paso de sus electrones.
El caso es que, en 1925, un físico y meteorólogo llamado C.T.R. Wilson sugirió que estas mismas corrientes de electrones también deberían ocurrir entre las nubes y las capas altas de la atmósfera (y no sólo entre las nubes y el suelo, como los rayos corrientes). Y tenía toda la razón del mundo: esos fenómenos que describió son los sprites.
El problema es que los sprites no son muy luminosos, así que, aunque Wilson creyó haber llegado a observar uno de estos eventos en 1956, nunca lo pudo confirmar. De hecho, la existencia de estos rayos que ocurren a gran altitud no se pudo verificar hasta 1989, cuando unos científicos de la Universidad de Minnesota captaron uno por accidente con una cámara (en blanco y negro) muy sensible a la luz.
Aunque los sprites tienen un color rojizo o anaranjado causado por la excitación de las moléculas de nitrógeno del aire, la parte más baja de sus «tentáculos» puede adoptar una tonalidad violeta o azulada. Además, su geometría es muy distinta a la de un rayo corriente y se suelen dividir en tres tipos, según el objeto arbitrario al que se parezcan: medusas, columnas y zanahorias.
Por otro lado, los sprites ocurren a una altitud de entre 50 y 100 kilómetros (en la mesosfera) y aparecen sobre las nubes al mismo tiempo que los rayos corrientes, más o menos por encima del mismo punto en el que tiene lugar la descarga. Hoy en día incluso se ha conseguido captar los dos fenómenos de manera simultánea, como en esta fotografía:
Qué curioso… Me encantaría poder observar un sprite y apreciar ese color y esas formas en persona.
A mí también, voz cursiva… Pero no es sencillo.
Como los sprites ocurren por encima de las nubes, la mejor manera de incrementar las probabilidades de ver uno es observar una tormenta lejana por la noche, preferiblemente en un lugar donde no haya contaminación lumínica y en una ocasión en la que la atmósfera esté muy despejada (con una visibilidad de entre 150 y 500 kilómetros).
Sin embargo, también hay que tener en cuenta que los sprites sólo aparecen sobre un 10% de los rayos y que su brillo no sólo es muy débil, sino que, además, estos fenómenos duran unos pocos milisegundos. O sea, que, aunque consigáis ver uno, seguramente será un simple destello rojizo, breve y débil… Que tal vez incluso os decepcione cuando os paréis a pensar en el esfuerzo que habéis invertido para poder observarlo.
Ahora bien, si tenéis una buena cámara de fotos, es posible que podáis inmortalizar un sprite si la apuntáis hacia la tormenta lejana y la programáis para que tome fotos de varios segundos de exposición durante un par de horas. Con un poco de suerte, alguno de los cientos de fotos que saquéis contendrá uno de estos esquivos fenómenos. De hecho, eso es precisamente lo que hace Paul M. Smith, un fotógrafo especializado en captar sprites (aquí os dejo su página web).
Si queréis intentar hacer lo mismo la próxima vez que veáis una tormenta en la lejanía, en este enlace y este otro encontraréis datos más técnicos que dan una idea del tipo de equipamiento y configuración que se necesitan para captar estos rayos rojizos tan infrecuentes.
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