Las flores rojas añadirían un plus de confusión al momento.
Recordamos a los señores lectores que pueden mandar sus preguntas estrafalarias por Facebook, Twitter o a jordipereyra@cienciadesofa.com
Las flores rojas añadirían un plus de confusión al momento.
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Para poner un poco en contexto, en la antigüedad los que tenían la «sangre azul» eran aquellos con la piel tan pálida por no pasarse los días trabajando al sol en el campo que podían verse con claridad sus venas azuladas a través de las muñecas. Los únicos afortunados que podían presumir de esto eran los nobles, claro.
Luego está la leyenda, difundida involuntariamente por los libros de anatomía del colegio, que parecen insinuar que la sangre sin oxigenar (una vez usada por las células y hasta que vuelve a pasar por los pulmones) tiene un tono azulado. Esto también es una mentira como una catedral. La sangre, sin oxígeno, sólo se vuelve un poco más oscura.
Pero, como es habitual, siempre hay algo o alguien que lleva las cosas al extremo y te rompe los esquemas. En este caso, lo más parecido a un príncipe azul que verás en tu vida es esto.
El eucalipto arcoiris (Eucalyptus deglupta, por su nombre científico) parece un tronco que ha sufrido el ataque de algún hippie en un ataque desenfrenado de creatividad.
Pero no, es todo natural.
El tronco no tiene corteza en sí: es como un cilindro suave de madera que va cambiando de color a medida que su superficie envejece. La corteza recién expuesta es de color verde, pero al contacto con el aire va oxidándose igual que una manzana que se oscurece y ablanda, aunque de manera más artística. El verde se convierte en marrón, que acaba anaranjándose y luego se vuelve de un tono violeta o azulado y se desprende del tronco.
Iba a hacer algún comentario sobre los chicles y los eucaliptos, pero mientras buscaba si realmente las hojas del eucalipto saben como los chicles, he encontrado una planta originaria de Grecia llamada lentisco cuya resina metía la gente en la boca desde tiempos inmemoriales para pasar el rato triturándola.
Por la sensación que producía la mascarla, los griegos la llamaron «mastic» viene a significar algo como «rechinar los dientes». De ahí viene la palabra «masticar».
Aquí la resina.