Hace poco hablaba con mi hermano y surgió el tema de qué son en realidad los electrones. Como precedente, ya hemos visto en otras entradas que estas partículas no son simples bolitas que dan vueltas alrededor del núcleo de los átomos igual que los planetas giran alrededor del sol y que están mejor definidos por una función estadística mientras no interaccionan con nada.
O sea que, si nos ponemos tiquismiquis, la pregunta que nos rondaba la cabeza era más o menos esta: ¿qué aspecto tendría un electrón si pudieras aislarlo mientras se está comportando como una partícula y observarlo a través de un microscopio extremadamente potente?
Y la verdad es que el tema me pareció interesante, así que hoy no sólo quería hablar de los electrones, sino del «aspecto» que tienen las partículas en general y que componen todo lo que nos rodea.
En primer lugar, es probable que os hayáis encontrado la palabra partícula usada para describir dos cosas que, en realidad, son bastante distintas: las partículas fundamentales y las partículas compuestas. Si estáis familiarizados con el tema, sabréis que esta ambigüedad no tiene importancia, porque el tipo de partícula al que nos referimos se entiende por el contexto pero, en cualquier caso, la diferencia entre ambas es que, mientras las partículas fundamentales son elementos indivisibles, las partículas compuestas son agrupaciones de partículas fundamentales.
Por ejemplo, los protones y los neutrones que forman el núcleo de los átomos son partículas compuestas, porque están hechos de unas partículas aún más pequeñas llamadas quarks. Los electrones, en cambio, son partículas fundamentales que no pueden ser divididas en unidades más pequeñas.
Y, ahora que hemos aclarado esto, podemos empezar a hablar del aspecto que tienen las partículas fundamentales.