julio 2020
Ío es el cuerpo celeste más geológicamente activo que se conoce: pese a que este satélite de Júpiter tiene un tamaño similar al de la Luna, sus más de 400 volcanes activos han vertido suficiente lava sobre su superficie como para borrar todo rastro de sus cráteres y los compuestos de azufre que emiten la han teñido con las tonalidades amarillas, naranjas y verdosas. Por si esto fuera poco, la actividad geológica de Ío ha erigido más de 100 montañas, algunas incluso más altas que el Everest. Pero, ¿de dónde saca este pequeño satélite la energía necesaria para fundir y movilizar tal cantidad de material? El secreto está en la gravedad de Júpiter.
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Si aún tenéis en mente el temario de geología del instituto, es posible que os suene que dos de los factores que más modifican el aspecto de las rocas son el calor y la presión. Por ejemplo, cuando el movimiento de las placas tectónicas las arrastra bajo la corteza terrestre, las altas presiones y temperaturas alteran químicamente los minerales que contienen y modifican su composición, su estructura y su apariencia.
Pues, bien, desde hace menos de un siglo, los seres humanos hemos creado una nueva situación que es capaz de cambiar el aspecto de las rocas: las explosiones nucleares.
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