Mientras escribía las dos últimas entradas sobre vida extraterrestre (puedes leerlas aquí y aquí) me crucé con un estudio muy interesante que había llegado a la conclusión de que, aunque hoy en día todo nos indica que la vida es más bien escasa más allá de nuestra atmósfera, pudo haber una época en la que en cualquier rincón del universo podías encontrar planetas habitados. La clave de todo es la temperatura.
Una de las pocas imágenes que pudo tomar de la superficie de Venus la sonda Venera 13 antes de sucumbir a las altas temperaturas del planeta, que de media rondan los 462ºC.
Como explicaba en artículos anteriores, la aparición de organismos vivos necesita una temperatura que permita que el disolvente universal que los contiene se mantenga en estado líquido (ya sea agua, amoniaco u otros hidrocarburos) y que, además, no impida que la química de la vida se desarrolle con normalidad. Por esta razón, un planeta que pretenda albergar vida debe orbitar alrededor de su estrella a una distancia que no lo someta a temperaturas demasiado extremas: ni demasiado cerca como para achicharrarlo ni demasiado lejos para congelar cualquier líquido en su superficie.