Todos hemos visto alguna vez la típica escena en la que los protagonistas de una película o serie se acercan a investigar un objeto que ha caído del cielo y, al llegar al lugar del impacto, encuentran un meteorito clavado en el suelo y echando humo… O vapor… O cualquier otro efecto visual que nos da a entender que su superficie a está muy, muy caliente.
Pero, por muy extendida que esté la idea de que los meteoritos llegan a la superficie de la Tierra casi incandescentes, ese no suele ser el caso, así que…
Así que vas a hablar de meteoritos otra vez, ¿verdad?
Sí, voz cursiva, otra vez.
En primer lugar, aclaremos la terminología: un trozo de roca y metal que flota por el espacio, un meteoroide, se convierte en un meteoro si se adentra en nuestra atmósfera y se desintegra antes de tocar el suelo… Que viene a ser lo que comúnmente llamamos una estrella fugaz, vaya. Sólo los meteoroides que sobreviven a su paso por la atmósfera y llegan hasta el suelo tienen el honor de llamarse meteoritos.
Os dejo también una animación que ilustra muy bien la diferencia.
Hay que tener en cuenta es que los meteoroides se mueven a hasta 72 kilómetros por segundo cuando entran en contacto con la atmósfera terrestre. A estas velocidades, el gas que tienen frente a ellos se comprime una barbaridad y, por tanto, su temperatura aumenta muchísimo. De hecho, el intenso calor producido durante esta fase hace que la superficie de los meteoroides se funda.
Ah, vale, ¿y me quieres decir que una bola de metal y roca no va a llegar al suelo calentita después de pasar por este proceso?
Pues no necesariamente, voz cursiva.