Me hace especial ilusión anunciar el vídeo que os traigo hoy porque trata sobre un sueño que tengo desde hace años y que por fin he podido cumplir: he encontrado un meteorito (y otros 14 adicionales). Y para conseguirlo «sólo» he tenido que pasar 2 semanas en el desierto de Atacama con una expedición científica.
Jordi Pereyra
Jordi Pereyra
Jordi Pereyra Marí (Ibiza, 1990). Graduado en Ingeniería Mecánica por la Universidad Politécnica de Catalunya e interesado en… Bueno, en cualquier tema que le ayude a entender mejor el mundo en el que vivimos. En 2013 empezó Ciencia de Sofá con la intención de despertar el interés por la ciencia entre el público que está menos familiarizado con ella, usando el humor y un lenguaje cercano, una fórmula que lo ha colocado entre los blogs de ciencia en castellano más populares.
Vale, un momento, no os vayáis. Sé que el titular del artículo es absurdo incluso para los estándares de este blog, pero os prometo que la respuesta a esta pregunta nos permitirá tratar algunos conceptos interesantes.
En un artículo para La Razón que escribí hace unas semanas hablé sobre las rocas más antiguas de la Tierra, que, curiosamente, no están en nuestro planeta, sino sobre la Luna. Estas rocas llegaron a la superficie lunar hace unos 4.000 millones de años, cuando el impacto de un asteroide lanzó material de la corteza terrestre hacia el espacio a una velocidad lo bastante alta como para que acabaran cayendo sobre nuestro satélite (que en esa época estaba mucho más cerca, como comenté en esta otra entrada).
Pues, bien, mientras escribía ese artículo me pasó fugazmente una pregunta por la cabeza: ¿existe la posibilidad de que el asteroide que extinguió a los dinosaurios también catapultara al espacio algunos seres vivos (o muertos) y que sus restos llegaran a la Luna?
¿Y a ti te parece que un señor de tu edad debería estar preguntándose estas cosas?
Bueno, a ver, a primera vista no parecía un escenario excesivamente extravagante. Luego le di un par de vueltas más a la idea y me di cuenta de que hay dos factores que limitan bastante la cantidad de dinosaurios que puedes mandar al espacio sin un cohete: la velocidad de escape de la Tierra y su atmósfera.
La velocidad de escape es un concepto que he tratado con más detalle en otras entradas, pero, en resumidas cuentas, es la velocidad necesaria que debe alcanzar un objeto para escapar del dominio gravitatorio de otro cuerpo celeste. En el caso de un cuerpo que despega desde la superficie terrestre, esa velocidad ronda los 11,2 kilómetros por segundo (km/s). Pero, claro, en la vida real, un objeto que se encuentre sobre la Tierra y reciba un solo impulso tendrá que alcanzar una velocidad muy superior a esa cifra para escapar del dominio gravitatorio de nuestro planeta porque nuestra atmósfera tiene la mala costumbre de frenar las cosas que se mueven a través de ella. Por tanto, si quieres usar la colisión de un asteroide para mandar un dinosaurio a la Luna, el impacto tendrá que proyectarlo hacia el cielo a más de 11,2 km/s… Y, a esas velocidades hipersónicas, el calor generado por la fricción de esos restos con el aire probablemente los desintegraría, casi como si fueran una estrella fugaz que se mueve en la dirección equivocada.
Ah, cierto… Pero, entonces, ¿a qué viene el artículo sobre encontrar restos de dinosaurio en la Luna?
Bueno, porque, aunque podemos estar muy seguros de que no hay trozos de dinosaurio esparcidos por la superficie lunar, no es del todo descabellado que nuestro satélite contenga rastros de organismos terrestres muchísimo más pequeños.
Me explico.
Existe una hipótesis llamada panspermia que postula que la vida pudo haber pasado de un planeta a otro a bordo de meteoritos. En realidad, la idea no es muy distinta al escenario de los dinosaurios que he planteado: un asteroide choca con un planeta en el que existe vida unicelular, lanza fragmentos de roca el espacio que contienen organismos microscópicos y esas piedras acaban cayendo sobre otro mundo en el que las condiciones son idóneas para que la vida que albergan pueda prosperar sobre su superficie.
El meteorito marciano Allan Hills 84001. Como expliqué en esta otra entrada, hubo una época en la que se pensó que esta roca contenía evidencias de la existencia de vida pasada en el planeta rojo. Crédito: NASA/JSC
Pues, bien, un interesante estudio de 2013 intentó poner cifras al asunto de la panspermia utilizando la Tierra como planeta de origen de la vida. En este caso, sus autores estimaron que las bacterias Bacillus subtilis y Deinoccocus radiodurans podrían sobrevivir en el espacio hasta 3,3 y 10 millones de años respectivamente en el interior de un fragmento de roca de 3 metros de diámetro. A continuación, calcularon que los asteroides que todos han impacto con la Tierra durante los últimos 3.500 millones de años habrían lanzado al espacio unos 300 millones de rocas de este tamaño. Por último, utilizaron simulaciones por ordenador para comprobar hasta qué partes del sistema solar llegaban esos fragmentos de material. Los resultados fueron los siguientes:
- El 40% volvían a caer a la Tierra.
- El 13% acababan en Venus.
- El 5% eran eyectados del sistema solar.
- El 1,5% se estrellaban contra el sol.
- El 0,37% llegaba a Mercurio.
- El 0,18% impactaba con Marte.
- El 0,041% alcanzaba Júpiter.
- El 0,0069% terminaba en Saturno.
- El resto de los fragmentos quedaban en órbita.
En el mismo artículo también se calcula la probabilidad de que un fragmento eyectado de la Tierra termine cayendo sobre alguno de los satélites de Júpiter y Saturno. Si hablamos de Júpiter, la probabilidad de que una roca terrestre alcance Io, Europa, Ganímedes o Calisto ronda las 5,7, 2,8, 3,1 y 0,54 entre un millón, respectivamente. En el caso de un impacto con Encélado y Titán, las lunas principales de Saturno, esa cifra es de 0,5 y 0,75 entre un millón.
Curiosamente, en el estudio en cuestión no estimaron la probabilidad de que un fragmento de material terrestre llegara hasta la Luna, pero sabemos que existen rocas de la Tierra que lograron alcanzar nuestro satélite en el pasado remoto porque… Bueno, porque las hemos encontrado, como expliqué en el artículo que he mencionado al principio.
Por tanto, aunque podemos estar bastante seguros de que no vamos a encontrar trozos de dinosaurio en la Luna, existe la posibilidad de que alguna especie de bacteria terrestre consiguiera llegar hasta nuestro satélite a bordo de rocas terrestres o incluso hasta rincones mucho más lejanos del sistema solar, como las lunas de Saturno. Pero, por supuesto, eso no significa que esas bacterias sobrevivieran en estos cuerpos celestes y hayan logrado sobrevivir hasta nuestros días. Y, de la misma manera, también podría darse el caso de que alguna forma de vida microscópica de otro planeta hubiese llegado hasta la Tierra a través de este mecanismo (como se llegó a pensar cuando se descubrió Alan Hills 84001).
Bueno, pues nada, excelente manera marear a los lectores sin llegar a ningún lado. Nos vemos en la próx…
Espera, voz cursiva, espera. Aunque no existan formas de vida terrícola microscópicas y extremadamente antiguas en la Luna, es posible que sobre nuestro satélite sí que se puedan encontrar los fósiles de estos organismos primitivos.
La vida apareció sobre nuestro planeta hace unos 3.800 millones de años, pero los primeros organismos multicelulares no se desarrollaron hasta hace unos 800 millones. Eso significa que, durante 3.000 millones de años, el único tipo de vida que existía sobre nuestro planeta eran organismos unicelulares simples. Por tanto, existe la posibilidad de que algunos de esos seres unicelulares acabaran fosilizados y que sus restos convertidos en piedra fueran lanzados al espacio durante el pasado remoto de nuestro planeta por el impacto de un asteroide. Y, con un poco de suerte, esos fragmentos de roca cargados de fósiles microscópicos podrían haber acabado cayendo sobre la Luna.
Fósil de una bacteria datado en 2.500 millones de años. Crédito: Andrew Czaja
Es más, un estudio de 2014 investigó la posibilidad de encontrar microfósiles antiguos en las rocas terrestres que alcanzaron la Luna y hoy en día siguen sobre su superficie. Para hacerlo, sus autores trituraron rocas diatomáceas (formadas por fósiles de estas algas microscópicas), mezclaron el polvo con agua, se congeló y dispararon estas balas heladas contra bolsas de agua a velocidades de entre 0,5 y 5 km/s. El objetivo era comprobar qué cantidad de fósiles seguían siendo reconocibles tras el impacto a distintas velocidades y, aunque no quedaba ningún fósil intacto si el impacto se producía a velocidades superiores a 1 km/s, se conservaban lo bastante bien como para que resultaran reconocibles. Como resultado, los autores de este estudio (y otros que mencionan en su artículo) sugieren que buscar fósiles en el interior de los meteoritos de origen terrestre que han caído sobre la Luna es una posibilidad viable.
Sí, sí, muy interesante. Pero, ¿adónde quieres llegar con todo esto?
Lo que quiero decir es que este asunto me parece interesante porque refleja que de vez en cuando tienen lugar intercambios de material entre los diferentes cuerpos celestes del sistema solar, aunque no dé esa impresión porque están separados están separados por decenas de millones de kilómetros de espacio vacío. Y no os voy a engañar: siendo aficionado desde pequeño a buscar fósiles de vez en cuando, también me ha parecido muy curiosa la posibilidad remota de poder buscarlos en la Luna.