El oro es un metal muy bonito, nadie lo pone en duda, pero tiene otras propiedades interesantes que lo convierten en la elección ideal en muchas aplicaciones que no cuelgan de nuestros cuellos y muñecas.
Al contrario que otros metales comunes como el hierro o el cobre, el oro un metal muy inerte y no se oxida al contacto con el agua ni el aire. Además, muy pocos ácidos reaccionan químicamente con este metal por sí mismos, por lo que el oro se suele disolver con una mezcla de ácido nítrico y ácido clorhídrico. Los alquimistas llamaban a este último compuesto a aqua regia precisamente porque era el único líquido que conocían capaz de disolver un metal tan noble.
Mientras que el cobre llega a nuestra época hecho un desastre, el oro permanece prácticamente intacto.
Esta gran resistencia a la corrosión es el motivo por el que el oro se ha utilizado a lo largo de la historia para fabricar monedas. Al fin y al cabo, lo último que quieres es que el objeto que representa tu riqueza se oxide y acabe reducido a polvo, como ocurriría por ejemplo si estuvieran hechas de hierro.
Además, el oro tiene la ventaja adicional de que es un metal relativamente escaso. Este elemento suele presentarse en la naturaleza en forma de pequeñas partículas incrustadas en ciertos tipos de roca, aunque su concentración suele ser muy baja. Para que os hagáis una idea, la mena de oro más «rica» que he encontrado contiene unos 27.4 gramos por cada tonelada de roca extraída. Por tanto, este metal se suele extraer de estas piedras machacándolas y sometiéndolas a un proceso químico que separe el oro del resto de material, como un tratamiento con ácido o con mercurio, un metal líquido a temperatura ambiente que forma amalgamas con él.
Este tipo de roca contiene 3.63 gramos de oro por tonelada. Esta concentración parece baja, pero es casi 750 veces más abundante que en una roca media.
Hay que decir que, en ocasiones, se puede encontrar oro en lugares en los que la naturaleza ha hecho parte del trabajo sucio por nosotros. Por ejemplo, el agua de un río puede erosionar las rocas que encuentra a lo largo de su curso y arrancar poco a poco las pepitas de oro que contienen, transportándolas corriente abajo. Este es el motivo por el que la arena y la gravilla que descansa en los lechos de algunos ríos a veces contiene pepitas de oro que se pueden separar del resto de material por gravedad.
Pese a que estas pepitas de oro suelen ser minúsculas y pesan, como muchísimo, un par de gramos, siempre hay excepciones. La mayor pepita de oro jamás encontrada pesaba 71 kg y fue bautizada como «Bienvenido Forastero«. Como se encontró en 1896 no hay ninguna imagen decente de ella, así que ahí va otra de una pepita de oro monstruosa.
Pepita de oro de 4.9 kg encontrada en Mojave.
La cantidad de oro extraído por el ser humano se estima en 174.100 toneladas, el 60% de las cuales han sido producidas a partir de 1950. Pero, ojo, porque el oro es un metal tan denso que un litro de este elemento pesa unos 19,32 kilos. En comparación, un litro de agua pesa 1 kilo y uno de hierro unos 7 kilos. Por tanto, si se reuniera todo el oro que se ha extraído a lo largo de la historia, podría caber en un cubo de sólo 20.81 metros de lado.
A nivel planetario, la enorme densidad del oro tiene otra consecuencia curiosa que he explicado con más detalle en un artículo mucho más reciente*.
Hace unos 4.600 millones de años, la Tierra era una gran masa fundida de roca y metal que se mantenía caliente debido a la desintegración radiactiva de ciertos isótopos radiactivos (como el aluminio-26) y los impactos constantes de otros cuerpos celestes. Durante esta época, la gravedad del planeta arrastró los materiales más densos hacia el centro de esa gran masa líquida y los más ligeros quedaron cerca de la superficie. Este es el motivo por el que la Tierra está compuesta por una corteza exterior rocosa y ligera y un núcleo metálico que contiene elementos densos como el hierro, el níquel, el platino, el iridio, el renio… Y la mayor parte de las reservas de oro que hay en nuestro planeta.
De hecho, como comento en mi último libro, el núcleo del planeta contiene tanto oro que, si lo extrajésemos todo, podríamos cubrir toda la superficie terrestre con una capa de unos 20 centímetros de este valioso metal.
Otra característica curiosa de este metal es su gran maleabilidad o, lo que es lo mismo, la capacidad que tiene para deformarse sin romperse y formar láminas extremadamente finas. Para que os hagáis una idea, un gramo de oro puede aplastarse y extenderse hasta conseguir una lámina finísima de 1 metro cuadrado.
Lámina de oro de medio metro cuadrado obtenida a partir de una pepita de 5 mm de diámetro. Museo Toi de Japón.
Esta propiedad es lo que permite la fabricación del llamado pan de oro, unas láminas finísimas de este metal que se usan para cubrir superficies e incluso algunos cocineros lo utilizan para decorar los platos. Sin embargo, el oro no aporta ningún tipo de valor nutritivo porque es tan inerte que pasa a través de nuestro tracto digestivo sin ser absorbido. O sea, que lo único que consigues consumiendo pan de oro es convertir tus deposiciones en una mena de oro de muy baja calidad.
*Este artículo es de 2013 y lo he reescrito rápidamente al ver que alguien lo ha colgado en Menéame. Desde entonces he hablado con mucho más detalle del oro en esta otra entrada en la que explico de dónde viene el oro de la Tierra y en los siguientes vídeos de mi canal de Youtube: