Hace unos días estaba escribiendo unos textos sobre la Luna y me topé con una imagen que me pareció muy interesante:
Aunque parezca una simple piedra un poco rara a primera vista, lo que estáis viendo es una roca lunar cuya superficie está plagada de microcráteres que, como su nombre sugiere, son pequeñas depresiones con un diámetro que va de unos pocos micrómetros a centímetros y que fueron excavadas por impactos de micrometeoritos. Siendo más concretos, la piedra en cuestión está catalogada como «muestra lunar 64455» y fue recogida por los astronautas de la misión Apolo 16. Siendo aún más concretos, se trata de un trozo de basalto que salió despedido de la superficie de la Luna tras el impacto de un meteorito que tuvo lugar hace unos 2 millones de años y luego volvió a caer al suelo.
Ah, vale, por eso tiene un exterior tan liso, ¿no?
Exacto, voz cursiva: el choque del meteorito en cuestión generó tanto calor en la zona del impacto que parte de las rocas se fundieron y salieron despedidas en trayectorias suborbitales. Entre esos fragmentos de material parcialmente fundido se encontraba la muestra lunar 64455, cuya capa externa líquida se vitrificó al solidificarse y permaneció tirada sobre la Luna durante 2 millones de años… Hasta que unos homínidos enfundados en trajes espaciales la recogieron.
Pues, bien, lo que me parece interesante es lo que le ocurrió a la muestra lunar 64455 durante esos 2 millones de años porque, aunque se suele decir que en la Luna no existen procesos erosivos que cambien su topografía, esta roca es una prueba directa de que el paisaje lunar está siendo alterado de manera constante… Aunque en escalas de tiempo muchísimo más largas que las que observamos en la Tierra, por supuesto.
Me explico.
La Tierra ha sido azotada por tantos o más asteroides que la Luna desde que se formó el sistema solar, pero es difícil encontrar cráteres sobre la superficie terrestre porque nuestro planeta posee diferentes agentes erosivos que borran estas estructuras con el paso del tiempo, como su densa atmósfera, el agua líquida corriente y la actividad tectónica. De hecho, los cráteres de los que aún podemos encontrar algún resto en la actualidad siguen ahí porque o bien se formaron en el pasado reciente o porque su tamaño es descomunal. En la Luna, en cambio, la estructura de los cráteres se preserva más o menos intacta durante miles de millones de años y esto se debe precisamente a que nuestro satélite no tiene ni atmósfera, ni agua, ni actividad tectónica que los desgaste o los cubra con el paso del tiempo.
Aun así, para variar, las cosas no son tan sencillas, porque existen otros tipos de agentes erosivos que no solemos tener en cuenta en la Tierra porque su influencia es muy pequeña o inexistente, pero que sí son capaces de modificar lentamente el paisaje lunar.
Uno de esos agentes son los micrometeoritos, fragmentos de material de entre 50 micrómetros y 2 milímetros de diámetro que forman parte del polvo espacial y que se precipitan contra la Luna y la Tierra a velocidades que oscilan entre 11 y 72 km/s, dependiendo de la dirección en la que se crucen con ellas. Por suerte, estos granos de polvo no representan ningún peligro para nosotros porque la densa atmósfera terrestre los frena y los desintegra, pero, en la Luna, la ausencia de una gruesa capa de gas permite que estos diminutos proyectiles impacten continuamente sobre su superficie a velocidades de decenas de kilómetros por segundo.
Bah, chorradas… Un micrometeorito sigue siendo una mota de polvillo inofensivo, por muy rápido que se mueva.
No te creas, voz cursiva, porque la energía cinética de un grano de polvo que se mueve a estas velocidades, entre 33 y 118 veces superiores a la de una bala, es enorme. Para que os hagáis una idea del poder «destructivo» que tiene una mota de polvo cuando viaja a tal velocidad, este cráter de 10 centímetros de diámetro es el resultado de un experimento en el que se disparó una bola de arcilla de sólo 3,2 milímetros de diámetro a 60 km/s contra un objetivo rocoso.
(Fuente)
Teniendo esto en cuenta, no os sorprenderá que ese flujo incesante de polvo espacial que impacta sobre la superficie de la Luna vaya machacando poco a poco las rocas de su superficie y dividiéndolas en fragmentos cada vez más pequeños hasta pulverizarlas al cabo de millones de años. De hecho, los microcráteres que ha acumulado la muestra lunar 64455 a lo largo de 2 millones de años ayudan a dar una idea de cuál es el ritmo al que tiene lugar ese desgaste.
Además de los micrometeoritos, la superficie lunar también está expuesta al incesante bombardeo de los rayos cósmicos y el viento solar: los primeros son partículas que viajan por el espacio una fracción considerable de la velocidad de la luz, mientras que el segundo es una corriente de partículas cargadas que el sol emite constantemente al espacio en todas las direcciones (de los rayos cósmicos hablé con más detalle en este vídeo que hice junto con Aldo Bartra, de El Robot de Platón). De nuevo, los terrícolas no tenemos por qué preocuparnos por esta radiación espacial porque nuestra atmósfera bloquea la mayor parte de ella, pero, en la Luna, estas partículas chocan directamente con las rocas de la superficie y las van «triturando» lentamente, ya sea porque vaporizan pequeñas cantidades de material o porque rompen sus moléculas y arrancan algunos de sus átomos.
Por último, existen otros factores que contribuyen a modificar la superficie lunar a largo plazo… Pero, en este caso, también afectan a la Tierra.
¡¡Oh, no!! ¡¿Qué otro tipo de objeto extraño nos está bombardeando desde el espacio?! ¡¿Debería ir construyendo un búnker para resguardarme?!
No hace falta, voz cursiva, porque estos otros factores que modifican el paisaje lunar son la gravedad y el simple paso del día y la noche.
Hm… Creo que no te sigo.
No te preocupes, el concepto es sencillo: la superficie de cualquier cuerpo celeste se calienta durante el día y se enfría durante la noche, así que, como las cosas se expanden cuando su temperatura aumenta y se contraen cuando disminuye, eso significa que tanto las rocas terrestres como las lunares están experimentando constantemente ciclos de ligera expansión y contracción. Y, con el tiempo, esta expansión y contracción continuas generan grietas en el interior de las rocas y debilitan su estructura.
De hecho, este fenómeno se ha utilizado a lo largo de la historia de nuestra civilización para romper rocas con mayor facilidad. El método consiste en incrementar la temperatura de la roca encendiendo una hoguera junto a ella y echarle agua encima cuando está muy caliente para enfriarla de forma brusca. De esta manera, además de las grietas que aparecen mientras la roca se expande, la contracción repentina que experimenta el material debido al rápido cambio de temperatura genera fisuras adicionales en su interior que debilitan mucho el material.
Para que os hagáis una idea de lo efectivo que puede resultar este procedimiento, os dejo este vídeo:
Volviendo al tema que nos ocupa, como la temperatura de la superficie de la Luna llega a superar los 100ºC durante el día y se desploma hasta los -183ºC durante la noche, las rocas que descansan sobre ella pasan por ciclos de expansión y compresión mucho más intensos que las rocas terrestres, donde la diferencia entre la temperatura diurna y nocturna no es tan notable. Como resultado, estos ciclos van generando grietas dentro de las rocas lunares que debilitan su estructura y las van desmenuzando con el paso del tiempo.
Por su parte, la gravedad provoca que las paredes más escarpadas de los cráteres vayan cediendo con el tiempo ante su propio peso, de modo que, a medida que las paredes se desmoronan, los escombros se van acumulando en su base y forman laderas menos inclinadas.
O sea, que, aunque es cierto que la estructura en forma de cuenco de los cráteres lunares se preserva durante miles de millones de años, su silueta se va «suavizando» mientras los micrometeoritos, la radiación espacial y el estrés térmico trituran los fragmentos de roca que los cubren y la gravedad desmorona sus paredes. De hecho, aquí tenéis una fotografía del Lunar Reconnaisance Orbiter que ilustra estos cambios de una manera fantástica:
La imagen es muy ilustrativa porque aparecen dos cráteres con edades muy dispares: el de la izquierda es un cráter viejo cuyo perfil ha sido «suavizado» por la lenta erosión espacial, mientras que el de la derecha aún conserva sus paredes escarpadas y sus alrededores siguen cubiertos por los escombros que salieron despedidos tras la colisión que lo formó, ya que es mucho más reciente y los impactos de micrometeoritos, los cambios de temperatura y los rayos cósmicos aún no han tenido tiempo de reducirlos a polvo.
O sea, que la moraleja de la entrada de hoy es que la superficie de la Luna es más mucho dinámica de lo que solemos pensar.
Pero tampoco mucho más, en mi opinión.
Bueno, ya, voz cursiva, pero su relieve experimenta cambios en escalas de millones de años… Que es un ritmo mucho más elevado de lo que sería si no existiera ningún tipo de erosión en la Luna, como muchos habíamos pensado en algún momento.