Los seres humanos llevamos mucho tiempo mezclando la información genética de las especies que nos rodean desde que aprendimos a domesticar animales.
Basta con ver el caso de los perros: todos ellos provienen de los lobos, aunque hoy en día el aspecto de la mayoría de ellos dista bastante del de este animal. Después de domesticarlos, empezamos a seleccionar aquellos que tenían ciertos atributos valiosos (los más grandes, los de mejor olfato, los más ágiles) y juntarlos para que criaran con el objetivo de potenciar esas cualidades, consiguiendo unos mejores compañeros de caza o guardianes que nos protegieran por la noche…
…Hasta que, en el siglo XIX, la aristocracia, que no necesitaba que nadie les echara una mano para conseguir comida, instauró una nueva moda: juntar los perros con algunas características estéticas concretas (los más pequeños, los más rechonchos, los más peludos) y dejar que criaran para marcarlas cada vez más con el paso de las generaciones. Estos animales ya no tenían ninguna utilidad práctica más que satisfacer la curiosidad de sus dueños.
O a lo mejor sus planes eran más siniestros. (Fuente)