A veces vemos pedazos de información por ahí, damos su veracidad por supuesta y empezamos a esparcir ese conocimiento como falsos mesías sin ser conscientes del daño que estamos haciendo. No pasa nada: hoy venimos a hablar sobre los mitos que rodean nuestro propio cerebro (cerebros desmintiendo mitos que han esparcido sobre sí mismos).
En primer lugar, está el ganador absoluto en la categoría de falsedades ilógicas que de alguna manera se cuelan en la enciclopedia oral colectiva:
Por supuesto, cantamañanas paranormales varios utilizan esta cifra falsa para intentar convencerte de que hay todo un mundo más allá de nuestra percepción y que el resto del cerebro puede usarse para desarrollar telekinesis y mover cosas con la mente, tratando de venderte libros y DVDs para desbloquear tu supuesto potencial.
El cuerpo humano es una red extremadamente compleja de componentes mecánicos y reacciones químicas, que hace cosas complicadas como descomponer la comida que ingiere para absorber sus nutrientes y llevar el resto hasta la otra punta del cuerpo, detectar constantemente impulsos externos o mandar señales para que se produzcan más o menos defensas. Esto requiere una gran cantidad de potencia de cálculo y, de hecho, la vasta mayoría de tu cerebro está dedicada a controlar este tsunami de funciones involuntarias. El poco «espacio» que sobra (a saber qué porcentaje es) es el que usamos para nuestros pensamientos conscientes.
Total,
Mito: usamos el 10% de nuestro cerebro.
Realidad: usamos el 100%, sólo que la mayoría está ocupada haciendo cosas más importantes que prestar atención a fotos de gatos por internet.
Es verdad que, tanto en bebés como en adultos, la música estimula partes del cerebro que sirven para otras cosas (en este caso, el razonamiento espacial), pero lo mismo podría decirse de casi cualquier otra actividad como, por ejemplo, leer Ciencia de Sofá.
Los resultados de los estudios que se han realizado al respecto son muy diversos y la mayoría están centrados en montar dos grupos de gente, asignarles una tarea, y hacer que uno de los grupos escuche música clásica antes de realizarla y otro no. Algunos estudios reportaban una ligera mejora en las tareas realizadas por los individuos que acababan de escuchar música clásica, otros no mostraban ninguna diferencia en absoluto y algunos incluso un empeoramiento, pero en todos los casos las variaciones fueron tan leves que no pueden considerarse significativas.
Al parecer, el mito se originó a finales de la década de los 80 y principios de los 90, cuando se empezó a investigar sobre el efecto que la música tiene en el desarrollo cerebral y se sugirió, sin comprobarlo, que la música podría tener un efecto positivo a corto plazo sobre el funcionamiento de nuestro cerebro (es decir, que puede que te ayude a aclarar las ideas un rato)… Pero, claro, había gente dispuesta a exagerar la evidencia científica para empezar a vender packs de música que podían volver a tus hijos unos genios. Porque, claro, es mucho más fácil darle al play que prestarle atención.
Mito: escuchar música clásica aumenta la inteligencia de tu hijo.
Realidad: apaga la tele, quítale los auriculares y llévalo al acuario.
Este mito sí que tuvo credibilidad científica y fue aceptado por la comunidad médica en general… En el siglo XIX. Por aquél entonces se descubrió que las heridas en determinadas partes del cerebro se correspondían con la pérdida de ciertas habilidades.
Pero hoy en día tenemos escáneres capaces de mostrarnos directamente qué zonas del cerebro se activan cuando usamos la cabeza, y con echarle un vistazo a los procesos del pensamiento los neurólogos se han ido dando cuenta de que el cerebro es mucho más intrincado de lo que se había pensado y que muchas partes del cerebro que se creían separadas están conectadas a través de los dos hemisferios.