Francisco García me envió un mensaje (a través de la pestaña de contacto del blog) en el que preguntaba si sería posible que existiera un cometa tan grande como la Luna. Aunque la propuesta me pareció curiosa, a primera vista me dio la impresión de que el tema no tendría bastante «sustancia» como par escribir una entrada al respecto… Pero, a medida que he ido tirando del hilo, me he dado cuenta de que estaba completamente equivocado: la respuesta tiene un giro muy interesante.
En primer lugar, cuando pensamos en un cometa, nos viene a la cabeza uno de estos churros luminosos cósmicos:
Pero, por supuesto, el cometa propiamente dicho no es esa estela brillante, sino el trozo de hielo y roca que la está produciendo. Me explico.
En los fríos confines del sistema solar, donde los compuestos volátiles como el agua o el amoniaco están congelados de manera permanente, existen dos regiones enormes del espacio que están repletas de amasijos de hielo y roca de tamaños dispares: el cinturón de Kuiper y la nube de Oort.
Para hacernos una idea de la lejanía y la escala de estas regiones, hay que tener en cuenta que las distancias del sistema solar se miden en unidades astronómicas (UA), una unidad que está basada en la distancia que separa la Tierra del sol (150 millones de kilómetros, que corresponde a 1 UA). Dicho esto, los objetos del cinturón de Kuiper están repartidos a una distancia de entre 30 y 50 UA del sol y los de la nube de Oort abarcarían el espacio comprendido entre las 2.000 y las 200.000 UA. En comparación, Neptuno da vueltas alrededor del sol a una distancia media de 30,1 UA.
Pues, bien, se estima que existen cerca de un billón de cuerpos hechos de hielo y roca contenidos en estas dos regiones combinadas, con diámetros que van desde unos pocos metros hasta un par de miles de kilómetros. Por suerte, la mayor parte de ellos no se mueven de allí y no molestan a nadie, pero, de vez en cuando, la órbita de alguno de estos objetos se desestabiliza y se precipita hacia el sistema solar interior. Y es entonces cuando empieza el espectáculo.
A medida que estos objetos congelados se adentran en el sistema solar, el calor del sol va sublimando el hielo de su superficie, formando un envoltorio de gas y polvo a su alrededor llamado coma. Además, mientras estos objetos se acercan cada vez más al sol, el viento solar arrastra ese envoltorio de gas en la dirección opuesta a su movimiento, estirándolo y formando esa característica cola brillante que se puede extender a lo largo de millones de kilómetros por el espacio.
Llegados a este punto, ese trozo de hielo y roca habrá adoptado el aspecto de cometa que es tan fácilmente reconocible:
Imaginaba que esto sería una entrada corta, pero veo que ya te estás enrollando con el aspecto de los cometas.
No, no, voz cursiva, es que este dato es importante porque hoy estamos hablando del tamaño de los cometas o, lo que es lo mismo, del diámetro del pedazo de hielo y roca que está oculto tras ese envoltorio de gas brillante. Y, al parecer, es difícil estimar el tamaño de un cometa precisamente porque el brillo de su coma a veces impide observar con claridad el núcleo rocoso congelado que hay en su interior. Por supuesto, ese no es el caso de todos los cometas y, además, hay técnicas que permiten estimar el tamaño de su núcleo de manera indirecta. También existen misiones espaciales que se han acercado a los cometas para estudiarlos con gran nivel de detalle y la sonda Philae incluso está posada sobre uno ahora mismo.
Lo que quiero decir es que se conoce el tamaño de algunos cometas con precisión y parece que su diámetro suele rondar entre unos cientos de metros y 30 kilómetros, pero, cuando intentas buscar cuál es el cometa más grande conocido, inevitablemente te encuentras con aproximaciones.
El cometa más grande que se conoce en la actualidad es Hale-Bopp, con un diámetro de unos 60 kilómetros, pero es posible que en el pasado nos hayan visitado cometas aún más grandes. Por ejemplo, en 1729 se observó un cometa (ahora catalogado como C/1729 P1) que, según los testigos de la época, alcanzó una magnitud visual de -3. Esto significa que el brillo del cometa en el cielo era cuatro veces más intenso que el de Sirio, la estrella más brillante del firmamento. En base a este dato, se ha estimado que el núcleo del cometa C/1729 P1 podría haber medido unos 100 kilómetros de diámetro, lo que, de ser cierto, lo convertiría en el cometa más grande que jamás se ha registrado.
Bueno, 100 kilómetros no está mal… Pero está muy lejos de los 3.474 kilómetros de diámetro de la Luna. ¿De verdad no hay cometas mucho más grandes que el puñetero C/1729 P1?
Buena pregunta, voz cursiva.
Como hemos visto, un cometa es cualquier trozo de hielo y roca de los confines del sistema solar que se precipita hacia el sol y desarrolla una envoltura de gas y polvo a medida que se acerca a él. Por tanto, cualquier objeto congelado del cinturón de Kuiper o de la nube de Oort es susceptible de convertirse en un cometa si su órbita se desestabiliza… Y, de hecho, estas regiones contienen muchos objetos con diámetros muy superiores a los 100 kilómetros, entre ellos los planetas enanos, que tienen diámetros que casi son comparables al de la Luna.
Y aquí llega el giro que comentaba: uno de estos potenciales cometas gigantes es el planeta enano Haumea, un mundo congelado que mide unos 2.300 x 1.700 x 1.138 kilómetros.
Con ese nombre y esa forma de dar las medidas, parece que estás hablando de un mueble de IKEA, en lugar de un cuerpo celeste.
Toda la razón, voz cursiva, es que Haumea es el objeto menos esférico del sistema solar (como comenté en esta otra entrada), así que es mejor concretar sus tres dimensiones como si fuera una viga de madera, porque hablar de su «diámetro» no da una idea exacta de su tamaño.
En cualquier caso, el asunto es que la órbita de Haumea no es estable y se ha estimado que en el futuro podría llegar a pasar lo bastante cerca de Neptuno como para que la gravedad este planeta perturbe radicalmente su órbita. Cuando esta interacción ocurra, tendrá dos posibles resultados para Haumea: o bien terminará siendo expulsado al espacio interestelar, o será catapultado hacia el sistema solar interior.
Si se produce este segundo escenario, el hielo de la superficie de Haumea se sublimará a medida que se acerque al sol y el viento solar esparcirá el gas a lo largo de su trayectoria hasta formar una gigantesca cola brillante, mucho más larga que la de cualquier otro cometa. De hecho, debido a su gran tamaño, muy superior al de cualquier otro cometa conocido, el brillo del posible cometa Haumea será unas 10.000 veces superior al de Hale-Bopp y aparecerá tan brillante en el cielo como la Luna llena. O sea, que, por una vez, la respuesta a una de las preguntas que me mandáis es afirmativa: sí, podrían existir cometas casi tan grandes como la Luna.
¡Qué pasada! ¿Y esto cuando ocurrirá?
En 2 millones de años.
Odio la astronomía.
¡Bueno, no nos precipitemos, voz cursiva! Entiendo que la actual falta de cometas tan brillantes como la Luna llena aleje a muchos lectores de la astronomía, pero, aun así, es posible que alguno de ellos conozca a alguien a quién si le interesen la astronomía o la física en general. Incluso es posible que esos lectores hipotéticos aún no hayan decidido qué regalar a esas personas estas navidades inminentes. Si es así, les recomendaría que echaran un vistazo a los libros de Ciencia de Sofá como potencial regalo para estas fiestas (guiño navideño, guiño navideño).