Ayer estuve leyendo sobre algo que me dejó francamente sorprendido porque demuestra que, aunque durante gran parte de nuestra historia nuestro conocimiento científico era más bien limitado, hay ejemplos de gente que llegó a conclusiones adelantadas a su tiempo sin tener mucha idea de por qué sus teorías funcionaban. Ya de paso, desvelaré el origen de la palabra «vacunación».
La viruela apareció hace unos 10.000 años en el noreste de África y ha sido una de las enfermedades más destructivas que ha sufrido la humanidad.
Viriones de la viruela, aumentados 370.000 veces. (Fuente)
El virus atacaba a la piel, los nódulos linfáticos (los cuarteles generales de nuestras defensas), la médula ósea y el bazo. Los contagiados desarrollaban sarpullidos y sufrían altas fiebres y vómitos que provocaban la muerte entre el 20 y el 60% de los casos. Los supervivientes quedaban marcados de por vida por las cicatrices de las costras.
La primera pandemia de viruela tuvo lugar en el año 1.350 a.C. mientras los egipcios y los hititas estaban en guerra. Los prisioneros egipcios contagiaron a sus adversarios con la viruela, que se extendió entre sus filas hasta el punto de devastar el imperio hitita y dejarlo al borde de la aniquilación.
Las rutas comerciales permitieron que el virus se extendiera por todo el mundo, del mismo modo que contribuyeron las cruzadas y, para terminar de rematarlo, la colonización de américa. No se sabe cuánta gente ha muerto a causa de esta enfermedad a lo largo de la historia, pero se estima que sólo en el siglo XX sus víctimas se cuentan entre 300 y 500 millones de personas.
Y eso que fue erradicada en 1979.
En la actualidad tenemos muy claro cómo evitar enfermedades mediante la vacunación: se inocula a una persona sana con una versión más débil de una enfermedad para que sus defensas aprendan a luchar contra ella, de manera que cuando llega el virus de verdad nuestro sistema inmune está preparado para hacerle frente.
Pero muchísimo antes de que se supiera de la existencia del virus de la viruela (o del propio concepto de cabrones microscópicos que atacan desde dentro, en realidad) y de conocer sus mecanismos de transmisión y funcionamiento, ya se habían empezado a tomar medidas contra su contagio basadas en la observación.
En el año 1.022 d.C., una monja budista llamada O Mei Shan se dio cuenta de que la gente que había sobrevivido a la viruela no la volvía a contraer, así que se le ocurrió hacer una prueba. Cogió las costras de viruela de pacientes infectados, las trituró y empezó a metérselas por la nariz a gente sana usando el siguiente método.
Por si quedan dudas, el médico sopla. (Fuente)
Este proceso fue bautizado como «variolización» e incluía variantes menos… Bueno… Incómodas, como hacer un par de incisiones en la piel con un cuchillo impregnado en sangre de alguna costra de un enfermo de viruela. De esta manera, el sistema inmune del paciente sano podía luchar contra un virus que ya había sido atacado por las defensas de otra persona y, por tanto, estaba más débil. La mayoría de los variolizados desarrollaban una versión más light de la viruela y se recuperaban para no volver a contraerla jamás.
Pero, pese a tratarse de un remedio muy efectivo para el estándar de la época, alrededor del 3% de la gente a la que se le aplicaba este procedimiento moría después de ser expuesta al virus. En este caso, el remedio y la enfermedad estaban igualados.
En 1797 Edward Jenner, un médico inglés, notó algo curioso. Existía una variante de la viruela, la viruela bovina, que afectaba al ganado pero, cuando era transmitido a seres humanos, tenía un efecto mucho menos virulento y no resultaba mortal. Edward Jenner observó que las chicas que trabajaban en lecherías y habían sido contagiadas por la viruela bovina nunca se contagiaban de la mortal viruela humana. Además, aunque la viruela bovina desarrollaba una erupción más leve, no dejaba cicatrices.
Jenner puso a prueba su descubrimiento extrayendo «material» de una chica que había contraído la viruela bovina recientemente y haciendo unas incisiones con bisturí en el brazo del hijo de su jardinero. El muchacho desarrolló fiebre y algunas costras y estuvo en cama unos días, pero se recuperó completamente. Después inoculó al mismo niño con la viruela humana y el chico no desarrolló ninguna enfermedad. Tras repetir esta prueba más veces con más gente y ver que todos se volvían inmunes a la viruela humana, demostró que se podía proteger a la gente de un virus con una variante más débil del mismo, inventando el concepto de la vacunación.
Caricatura de Jenner administrando vacunas en un hospital rodeado de gente a la que le salen vacas del cuerpo, en referencia a los falsos rumores de que la vacuna podía hacer que te crecieran ubres y demás partes de vaca. (Fuente)
En 1797 Edward Jenner había descubierto la vacuna contra la viruela y el que por aquél entonces era rey de España, Carlos IV, quería llevarla a Sudamérica para detener esta terrible plaga que azotaba sus colonias. Pero, claro, en aquella época no existían las neveras y no podían guardar las vacunas durante el tiempo suficiente como para que la viruela bovina sobreviviera al largo viaje a través del Atlántico.
En 1802, Carlos IV anunció un plan revolucionario, al que llamó la expedición Balmis: mandaría a 22 niños huérfanos en barco hacia América, con tan sólo uno de ellos inoculado con la cepa débil de la viruela. Cuando desarrollara las llagas características de la enfermedad, podrían extraer fluido de ellas e infectar al siguiente niño. De esta manera, la viruela bovina permanecería viva durante el viaje, pasando de niño a niño.
La estrategia funcionó y la vacuna llegó al nuevo mundo. Se llevó la vacuna de la viruela por todas las colonias españolas usando este método y, tras 10 años y 7 expediciones, ya estaba disponible también en Filipinas, Macao y China.
2 comments
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ya he votado (por ciencia de sofa) !