He estado repasando el correo y he visto me habíais pedido un porrón de veces que hablara sobre un lugar muy interesante: el supervacío de Eridanus. El Eridanus supervoid, que queda bastante más malote en inglés.
¿Pero qué dices de un súpervacío, Ciencia de Sofá? ¡La nada es la nada! ¡No hay nada más pequeño que nada! ¿Es que no actualizar el blog durante casi dos semanas te ha dejado el cerebro aplatanado?
Eh, eh, eh, para el carro, voz cursiva. No pensaba que hubieras acumulado tanta tirria durante estos días de inactividad como para saltar tan rápido.
El espacio exterior no está completamente vacío. Lo está en mayor o menor medida, según donde mires.
Por ejemplo, la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) da vueltas alrededor de nuestro planeta a 400 kilómetros de la superficie terrestre. Pero la atmósfera terrestre no es una capa de gas con un grosor concreto que, de repente, da paso al espacio. La atmósfera va volviéndose cada vez menos densa con la altura, difuminándose en el espacio mientras se adentra en él cientos de kilómetros.
Es por eso que, incluso a 400 kilómetros de altura, aún queda suficiente aire en la órbita de la ISS como para que genere fricción a su paso. La fricción hace que estación espacial pierda velocidad y, a medida que pierde velocidad, su órbita se acerca hacia la superficie terrestre. Es por eso que la ISS tiene que dar un pequeño impulso de vez en cuando ganar velocidad y recuperar altura o de lo contrario terminaría cayendo de nuevo hacia la Tierra.
La altura a la que orbitan distintos satélites que, en proporción, no parece mucho.
Por supuesto, cuanto más nos alejemos de la Tierra, más vacío estará el espacio que nos rodea… Pero nunca estará vacío del todo.