Hacía tiempo que no colgaba nada en el apartado de patrañas y, teniendo en cuenta que ya escribí sobre la teoría de la Tierra hueca, ahora le toca a la teoría de la Tierra en expansión.
Desde que los seres humanos adquirimos cierta capacidad de raciocinio, empezamos a hacernos preguntas sobre la naturaleza de las cosas que nos rodean. ¿Por qué hay montañas? ¿Y valles? ¿Y acantilados? En definitiva, ¿por qué la superficie de la Tierra tiene esta forma precisamente y no cualquier otra?
Por supuesto, en las primeras explicaciones que se nos ocurrieron aparecían involucrados muchos fenómenos sobrenaturales: una o varias divinidades habían creado el mundo de esta manera y… Bueno, ya está, no hacía falta hacerse más preguntas. Por suerte, a medida que nuestra comprensión de la naturaleza avanzaba, hubo gente un poco más curiosa decidió empezar a pensar en otras alternativas.
A partir del siglo XV, con el descubrimiento de América, la aparición de mapas cada vez mejores despertaron la intriga de los cartógrafos. Cosas como la costa este de América del Sur, que parece encajar con la costa oeste de África casi como dos piezas de un puzzle, podían hacer que te plantearas si esa coincidencia había sido realmente fruto de la casualidad o si, por el contrario, realmente existía alguna razón tras ella.
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Una vez más la humanidad tenía el misterio servido y, con el tiempo, fuimos encontrando las pistas que nos ayudarían a resolver el enigma.